Detrás del valor.Más información en la columna semanal BBVA
26 jul. 2019
La teoría financiera enseña que parte importante de la creación de portafolios de inversión siempre ha sido la diversificación, agrupando los activos de manera muy generalizada donde usualmente los papeles gubernamentales de corto plazo tienden a ser los más seguros, seguidos por bonos corporativos de mayor plazo y finalizando con acciones que existen en el mercado. Y aunque para fines teóricos este agrupamiento resulta bastante práctico, en el momento de realizar un portafolio de inversión se podría caer en una trampa, pues la simple conveniencia de englobar a estos activos así podría generar en el inversionista la idea errónea de que los bonos siempre se encontrarán por debajo de las acciones en los parámetros de riesgo.
En principio no se debe olvidar que cada título, ya sea de deuda o de acción, representa una parte de la empresa, y los resultados provenientes de las ventas y eficiencias de las empresas serán las que puedan garantizar al inversionista un flujo hacia él, ya sea a través de un interés o un dividendo. Sin embargo, en un mercado con cada vez más instrumentos financieros y un alto dinamismo en las operaciones, podría ser fácil pasar por alto de este principio y basarse s en una calificación crediticia, un desempeño histórico o un patrón, para la toma de decisiones.
Si se considera a manera de un bono cuyas cualidades, en términos de riesgo, parecerían ser superiores simplemente por la “promesa” de un pago en forma de intereses y de la reintegración del capital a su vencimiento, sin embargo, tal y como pasó con los bonos en Islandia en 2008, este pago de intereses llegó a retrasarse y en algunos casos a ser irrecuperable, generando procesos legales bastante amplios y resultando una mala experiencia para los inversionistas.
Por otro lado, se pueden observar algunas acciones que, si bien no ofrecen un programa definido en el pago de dividendos, sí muestran uno constante, así como una buena administración en términos de sus proyectos de inversión y de sus niveles de apalancamiento. Incluso, para aquellas empresas cuya reinversión de utilidades es completa, la generación de proyectos de alto valor se puede traducir en ganancias de capital para el inversionista. Aunado a esto, y de manera muy escasa, aún se pueden encontrar acciones cuyo valor en mercado se encuentra por debajo de su valor en libros. Lo que significa que aún en una liquidación de la empresa, dicha acción podría ser más benéfica que una acción cotizando en niveles normales o que un bono con pocas garantías en caso de quebranto.
Por lo tanto, el valor y la seguridad de un activo en el mercado no radica necesariamente en su garantía de pago de intereses ni del mismo capital, sino en la capacidad de las empresas para generar flujos que puedan hacer frente a sus obligaciones y/o la de sus accionistas, incluso ante periodos de una larga recesión, razón por la cuál es importante profundizar en los números de la empresa a través de diversas métricas, tales como retornos sobre capital, cobertura sobre intereses, nivel de apalancamiento, entre otras, y conocer las tendencias de las mismas, a fin de limitar los riesgos.
Alberto Jiménez Nolasco
alberto.jimenez.1@bbva.com